El diamante del Rey

El diamante del Rey

Adrien Clutterbuck

Language: Spanish

Pages: 402

ISBN: 1500341126

Format: PDF / Kindle (mobi) / ePub


Las joyas de la Corona española desaparecieron durante los primeros años de la ocupación francesa; un botín fabuloso que hubiera servido para financiar la resistencia contra los invasores. Esta novela cuenta el amor enfermizo de un hombre por una mujer inalcanzable. La historia de la desaparición de aquellas joyas y de su larga búsqueda. Cuando Fernando VII restaura la monarquía borbónica encarga al joven Antonio Alvaredo la búsqueda de las joyas de la Corona de España y sobre todo de un diamante singular apodado «El Estanque».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

hemos puesto en libertad —contestó el conde. Su expresión de acusador se había relajado—. No tenemos ningún argumento para retenerlos por más tiempo. Deberían llegar a Pisa en unos días. Ellos ignoran todo lo que yo les estoy refiriendo. Solo saben que la guardia austriaca les ha requisado el dinero y posiblemente vengan aquí para contarlo. Hablamos algo más, pero solo reincidimos sobre lo mismo. Las sospechas estaban de nuevo apartadas de mí, y yo di todo tipo de argumentos sobre la deslealtad

similar al que se estaba desarrollando sobre nuestras cabezas. Los muebles habían sido volcados sobre el suelo una vez registrados, y ahora se encargaban de hacerlos pedazos, como si buscaran algo escondido entre las maderas. La criada, pobre muchacha, iba de un lado a otro, gritándoles descompuesta cuando atacaban sin miramiento alguna pertenencia querida. Al menos no la empujaron, simplemente la ignoraban, como si no existiera. Cuanto terminaron con los muebles empezaron con las paredes. Con

Forma y una serie de humillaciones teologales que no sé si eran ciertas, porque sus ojos brillaban de excitación en vez de repugnancia mientras nos lo contaba. Lo que me llamó la atención fue que el hermano Melchor hablara de estos hechos como de algo muy lejano, cometido en un pasado muy remoto. En todo caso —nos dijo— aquellas infamias podrían estar sucediendo hoy mismo, pero nunca entre nosotros, sino en los bárbaros países de África u Oriente. Me sorprendió su falta de visión. ¿Qué pruebas

desconocido se me acercó. —Tú eres el hijo —afirmó tras persignarse. Creo que yo me sonrojé, pues me sentía culpable por no haber derramado lágrimas por aquel difunto al que apenas conocía—. ¿En qué situación te ha dejado tu padre, muchacho? —me preguntó mientras los sepultureros arrojaban tierra sobre el ataúd. Tampoco contesté. —Por tu impedimenta veo que en no muy buena —dijo mirando mi ajada pero blanca camisa y el hato con mis pertenencias que no había tenido dónde dejar—. Ven mañana a

nominal que de facto. —Vargas —dijo tu madre que hasta entonces degustaba el pastel ajena a nuestra conversación—. Ese pillo malintencionado. Tú la miraste alarmada. Creo que entonces cuidabas mucho lo que hacías y decías en público. Tenías miedo de que tus palabras se repitieran en los salones de Madrid y vuestro exilio se perpetuara por años. —Mi madre no ha querido decir eso. Es bueno tener amigos en todos lados, ¿no dicen eso? —salió de tus labios con ese tono que nunca lograba saber si

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