La vida privada de los árboles

La vida privada de los árboles

Alejandro Zambra

Language:

Pages: 37

ISBN: 2:00291154

Format: PDF / Kindle (mobi) / ePub


Verónica tarda, Verónica se demora inexplicablemente y el libro sigue hasta que ella regrese o hasta que Julián esté seguro de que ya no volverá. Hacia el final, Julián quiere escribir y no ser escrito, pero esperar es dejarse escribir: esperar es seguir una constante deriva de imágenes. Entonces la historia comienza mucho antes de esa noche última, tal vez una tarde de 1984, con la escena de un niño mirando televisión. Y termina con las inevitables conjeturas sobre la vida de Daniela, la hija de Verónica, a los veinte, a los veinticinco, a los treinta años, cuando ha pasado mucho tiempo desde que su padrastro le contaba historias sobre los árboles. ¿Por qué leer y escribir libros en un mundo a punto de quebrarse? Esta pregunta ronda cada página de La vida privada de los árboles, una novela que confirma a Alejandro Zambra como uno de los escritores más interesantes de las nuevas generaciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

de queda jugando al Metrópolis. Está todo listo: el hospital, la cárcel, el cine, el banco, los dados, las tarjetas de destino, las casas, los edificios, las calles. Los jugadores son un hombre serio, que viene de abajo y va para arriba, una mujer de aspecto dulce y triste, una niña bella y quebradiza, y un niño de ocho o nueve años que se llama Julián pero debería llamarse Julio –es una historia inverosímil y sin embargo verdadera: pensaban llamarlo Julio, ése fue el nombre que pronunciaron ante

ha recordado la última vez que gastó aquella imagen, con Ernesto, y siente deseos de ir a ese puente, sola, para arrojar algo –una fotografía, un sombrero, cualquier cosa– a la corriente; piensa en el puro placer de ver ese objeto perderse en el caudal, y acaso piensa, también, en cerrar un círculo, aunque ella no cree en la monserga de cerrar los círculos, de culminar los procesos. Cree, más bien, que los procesos no existen, que los círculos que somos capaces de ver nunca son los indicados.

cuantas escenas desnudas que la memoria pasa y repasa. Son indicios, o restos. Son pedazos que sólo después de un esfuerzo enorme podrían constituir una historia, una vida. Pero busca, se busca: tal vez de un párrafo a otro hubo días, semanas o meses. Quizás ella entró, de improviso, mientras Julián escribía, y de esa interrupción quedó, en el libro, una frase o al menos una palabra. Por eso marca algunos fragmentos, que no son los que prefiere, sino las frases que tal vez ella dijo y que Julián

provocara, al menos, un tímido diálogo sobre plantas, tal vez una historia relacionada con gomeros muertos o enredaderas destruidas por un perro gordo y negro. Pero Verónica simplemente sonrió, recogió el dinero e hizo el gesto de irse. Como último y penoso recurso Julián le soltó, impetuosamente: La otra torta era para mi novia, mi ex novia, más bien. Ésta es para mi madre. Y ese árbol que ves ahí se está secando. Por toda respuesta Verónica dijo: Ah. Y sonrió, de nuevo, y se fue. Pero

hacerlo. Es preferible pensar que aquel tiempo fue nada más que un chiste –un ruido brusco y pasajero que ya dejamos de oír.) Aún es pronto para saber qué fue lo que Daniela sintió aquella tarde frente al televisor. Vio, por cierto, por primera vez, a sus padres juntos, como una verdadera pareja: Verónica disfrazada de novia, con el pelo ordenado en un gélido tomate, menos esbelta que ahora, aunque muy bella; Fernando sonriendo a diestra y siniestra, más eufórico que nervioso, llevando con

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