Cuentos de navidad

Cuentos de navidad

Charles Dickens

Language:

Pages: 341

ISBN: 2:00295022

Format: PDF / Kindle (mobi) / ePub


Se podría decir que Dickens inventó la Navidad, pues ningún otro escritor ha evocado con tanta maestría el espíritu, jubiloso y elegíaco a un tiempo, de ese periodo final del año. Además del célebre "Canción de Navidad", se reúnen en este volumen --inspirado en la edición inglesa de 1852-- otros cuatro relatos de ambientación navideña donde se entreveran los motivos principales del mundo dickensiano: la caridad, la infancia, los mitos populares, las desigualdades sociales, los sueños y la magia, bellamente iluminados por Javier Olivares.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

camposanto lleno de huesos, polvo de huesos y astillas de cráneos hendidos. Y sin embargo ni un centenar de los hombres que participaron en aquella batalla sabían por qué luchaban, ni un centenar de los desconsiderados que se alegraron de la victoria y la celebraron conocían el motivo de su alegría. Ni medio centenar se vieron beneficiados por el triunfo o la derrota. Ni media docena convienen a estas alturas en la causa o los méritos, y nadie, en suma, supo nunca nada a ciencia cierta sobre ella,

querido esposo, con ese atardecer aproximándose y con la sensación de que toda nuestra vida se sosiega y se acalla con el día que se va, no puedo seguir manteniéndolo en secreto. —¿De qué se trata, amor? —Cuando Marion se fue, me escribió que en una ocasión me habías encomendado su sagrada tutela, y que en ese momento ella dejaba en mis manos la tuya, Alfred, rogándome y suplicándome que, como yo la quería y te quería a ti, no rechazase el cariño que ella creía (sabía, dijo) me profesarías

antojase tan apetitoso en su atuendo navideño; sino que todos los clientes estaban tan prestos e impacientes con la esperanzadora promesa de aquel día que tropezaban los unos contra los otros en la entrada haciendo chocar con fuerza sus cestos de mimbre, olvidaban la compra sobre el mostrador y volvían corriendo a recogerla, y cometían centenares de errores semejantes con el mejor humor posible, mientras que el tendero y sus dependientes parecían tan campechanos y frescos que los impecables

emplear sus armas habituales, sin duda habría rugido con denuedo. El dueño de una pequeña y joven nariz, roída y aterida por el ávido frío como los huesos roídos por perros, se agachó ante el ojo de la cerradura de Scrooge para obsequiarle con un villancico; pero, en cuanto se oyó �Dios le bendiga, jubiloso caballero! �Que nada le cause desaliento! Scrooge agarró la regla con tal ímpetu que el cantor huyó aterrado, dejando la cerradura a merced de la niebla y de la no menos desapacible

propósito al seguir absteniéndose de romper el sello de la carta y decir a Troti que aguardase un minuto donde estaba. —Y bien, señora mía, deseaba usted que el señor Fish dijese… —observó sir Joseph. —Creo que el señor Fish ya lo ha dicho —repuso su señora, dirigiendo una mirada furtiva a la carta—. Pero le aseguro que no me veo capaz de aceptar. �Es tan cara! —¿Qué es cara? —preguntó sir Joseph. —La caridad, amor mío. Solo conceden dos votos por una aportación de cinco libras. �Es una

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