Cinco tumbas sin lapida

Cinco tumbas sin lapida

Tony Jimenez

Language:

Pages: 223

ISBN: 2:00273934

Format: PDF / Kindle (mobi) / ePub


Cinco tumbas sin lápida es la primera novela del autor Tony Jiménez (Actos de Venganza), una historia de terror que conjuga elementos de suspense clásico, el terror más ochentero, y un homenaje a Sam Raimi, con situaciones cargadas de tensión, acción, misterio y gore que ponen al lector al borde del infarto.
George Campbell lo tenía todo. Su vida estaba completa, con una esposa perfecta, una comunidad que le quería y sus triunfos como escritor. Pero todo se torció un buen día, lo que le empujó a huir del pueblo que le había visto nacer.
Un tiempo después, preparado para enfrentarse a sus demonios, regresa a Shelter Mountain, un lugar donde nada es lo que parece.
En todos los pueblos hay historias, leyendas, relatos siniestros, pero en Shelter Mountain es diferente. Algo oscuro anida en sus bosques, algo terrible, que lleva esperando a George mucho tiempo.
Mientras el escritor trata de encontrar otra vez la inspiración necesaria para acabar su siguiente novela, el destino le prepara una vuelta de tuerca directamente desde su pasado, a la vez que es acosado por sus vecinos, que no ven con buenos ojos su regreso. George Campbell no tardará en descubrir que algunos fantasmas son muy reales, en lo que será una lucha no sólo por su supervivencia, sino también por su cordura.
Todo vuelve en Shelter Mountain, y el escritor va a comprobarlo de la peor de las formas.
Un sentido homenaje a la obra de Stephen King y un tributo a la trilogía cinematográfica conocida como Evil Dead. Un viaje a las entrañas del terror en su más amplia dimensión. Crimen, asesinatos, gore, leyendas, giros inesperados y un terrorífico misterio sobrevuelan continuamente el libro de principio a fin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

entristeció, sino que reafirmó todo lo que les había querido. Ayudaba el que las circunstancias de la muerte de ambos no fuesen tan duras. Saludó a Randy Gillmore y Laura Stoner, que vivían a unos metros de donde se encontraba. Notó que se alegraban sinceramente de su regreso; no dudó en prometerles que quedaría con ellos para comer en cuanto pudiese. Laura era camarera en la cafetería de Grace y le informó del cáncer de pulmón que sufría la dueña desde hacía dos meses. Para George fue como un

quien quisiera citarse con George; en cierto modo, así era. Cuando acabó de contar las ganancias de su caja, las reunió en un sobre para dejarlas en el despacho de Toby. Sus pensamientos iban a mil kilómetros por hora, �qué buscaba George en realidad? �Y si sólo quería sexo? �Y si había quedado con ella en calidad de amigos? �Y si la veía como una hermana pequeña? �Qué hacía ella saliendo con un escritor famoso? Era una cajera, una humilde diseñadora de moda, �qué podía hacer con alguien como

que parecía esperarle con los brazos en jarras. —¿Qué le ha dicho para que lo soltase? —preguntó. —Lo suficiente como para no querer que se libre esta vez por un jodido tecnicismo legal —gruñó Jay Tolliver—. �Te has creído toda esa mierda de ahí abajo? Porque necesito saber si mis putos ayudantes están conmigo o contra mí. Hicks agradeció no tener que contestar cuando Cassandra Witts los interrumpió. —Señor, tengo noticias. —Estoy ocupado —protestó sin mirarla a la cara. —Acabamos de

particular al pasar los dos minutos. Y explotó. Una pequeña bola de fuego se formó. Trozos de carne podrida y huesos quebrados volaron por los aires. Una mezcla de sangre y el extraño líquido negro que poseían aquellos seres en sus organismos se esparció por todas partes, especialmente en la pared frente al electrodoméstico, moldeando una especie de macabro Picasso. Para alegría de George, el cuerpo de Charles Ray cayó, ya sin una gota de vida. Acababa de descubrir cómo matarlos. 3 El

George, confundido y agonizando, observó los muñones recién creados. —¡Veamos ahora cómo escribes, Georgie! Una patada en la cara calló al zombi durante unos instantes. Los suficientes para George, que sacó un cuchillo que llevaba escondido y se lo clavó en el cuello. Travis se limitó a observar el arma, a quitársela como si no pasara nada y a acariciar su garganta. Contempló sus dedos manchados con el líquido negro. —Así me gusta, Georgie. Quiero que luches —afirmó. Agarró al escritor en

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